En mi reciente presentación en la Cámara de Comercio de Arauca, exploré una idea que ha estado en mi mente por años: los destinos, son como las familias, están compuestos por historias, influencias y valores que se entrelazan para crear una identidad única.
Al contar la historia de mi propia familia, que es una mezcla fascinante de raíces que van desde la Costa Atlántica hasta el Valle del Cauca, y de tradiciones que han sido transmitidas de generación en generación, pude ver un paralelismo claro entre cómo se forman las familias y cómo se construyen los destinos.
Así como mi familia ha sido moldeada por las experiencias y decisiones de mis antepasados, los destinos también son el resultado de las decisiones y acciones de las comunidades que los habitan.
La esencia de un lugar no está solo en su geografía o arquitectura, sino en las personas que lo habitan, en sus costumbres, en cómo interactúan, creen, comen, y juegan.
Este es el corazón del place branding: capturar y proyectar la verdadera esencia de un lugar para conectarlo emocionalmente con quienes lo visitan o lo consideran como una opción para vivir o invertir.
El place branding no se trata solo de crear un logo atractivo; se trata de entender profundamente un lugar, sus raíces y su historia, para luego construir una narrativa que resuene tanto a nivel local como global.
Es una herramienta poderosa para posicionar a ciudades, regiones o países en un mercado competitivo, destacando no lo que los hace únicos, sino lo que los hace especiales y diferentes.
Así como en una familia, donde cada miembro aporta algo diferente que fortalece la unidad familiar, los destinos también deben identificar y nutrir esas características particulares que los diferencian. No se trata de ser los únicos, sino de ser diferentes de una manera que conecte con las emociones y valores de las personas.
Un destino que conoce su esencia y proyecta lo que lo hace especial no solo atrae turistas, sino también empresarios, inversores y nuevos residentes. La clave está en contar su historia de una manera que sea auténtica y atractiva, utilizando el place branding para transformar la percepción y el atractivo del lugar.
De esta manera, los destinos, al igual que las familias, evolucionan con cada decisión.
El éxito de un lugar no depende solo de sus paisajes o edificios, sino de cómo conecta emocionalmente con su gente y con quienes interactúan con él desde afuera.
Así como yo he trabajado en descubrir y proyectar mi propia esencia a través de mi historia familiar, los destinos deben hacer lo mismo: identificar su esencia y proyectarla al mundo de una manera que sea auténtica, poderosa y resonante.
Al final del día, tanto en las familias como en los destinos, lo que importa no es solo de dónde venimos, sino hacia dónde decidimos ir y cómo elegimos contar nuestra historia.
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