Place Branding desde lo esencial: aprendizajes que cruzan territorios

Hay algo que se repite cuando uno trabaja place branding en distintos territorios, sin importar el tamaño, la ubicación o el nivel de desarrollo: la necesidad de volver a lo esencial.

En estos meses he tenido la oportunidad de acompañar procesos en contextos muy diversos, desde islas del Pacífico con grandes desafíos geográficos, hasta regiones de frontera donde la narrativa territorial suele ser fragmentada, y en todos ellos el punto de partida es el mismo: ¿cómo nos contamos? ¿cómo nos entendemos como territorio?

Porque antes de hablar de campañas o de atraer turistas e inversión, hay preguntas que deben responderse desde adentro: 

¿Qué identidad estamos proyectando? 

¿Quién está (o no está) en la conversación? 

¿Qué propósito tiene esta marca más allá de “posicionar”?

Cuando un lugar entiende que place branding no es un logo ni un eslogan, sino un proceso profundo de escucha, construcción colectiva y proyección de largo plazo, el impacto cambia por completo. La marca deja de ser cosmética y se convierte en una herramienta real de desarrollo.

Y eso es lo que he visto tanto en pequeños territorios insulares como en dinámicas urbanas de frontera: que la clave está en activar los actores locales, generar gobernanza de marca y alinear los relatos con lo que realmente se vive en el territorio.

El trabajo en estos contextos también me ha recordado que muchas veces menos es más: que un taller bien diseñado, que pone a conversar a los actores correctos, puede ser más transformador que una gran campaña vacía. Que co-crear, entender y validar es más poderoso que imponer.

Los territorios que logran construir desde lo esencial, desde sus historias, sus comunidades, sus activos y su verdad, son los que terminan proyectándose con más fuerza y autenticidad.

Cada vez creo más en ese camino: menos prisa por “vender” y más foco en construir para que el mensaje no solo se vea… sino que se sienta.